DÉJENME QUE LES CUENTE LA TRISTE HISTORIA DE EUSEBIO. Un hombre golpeado por la violencia. Un peruano que carga la miseria del mundo: El ñakariy (sufrimiento) de la violencia, producido por la ideología de Abimael Guzmán y de la élite dominante. No es una construcción imaginada ni la pasión envilecida, sino son trazos salidos del trabajo de campo antropológico, del micro mundo, de una realidad difícil de olvidar. Eusebio Carbajal vive en Aranhuay, un pueblo arrasado por la violencia en los años ochenta y noventa. Cada sábado se sienta en la esquina de la plaza mirando la feria y el parque donde fue torturado. Y estas imágenes atraviesan su vida en cada momento. Los últimos rayos débiles del sol aun le pueden calentar el rostro marcado por el tiempo y las balas. Pero la vida todavía no ha terminado para Eusebio, la vida regresa como los maíces en febrero y marzo.


Eusebio fue uno de los sobrevivientes de la masacre en Aranhuay, cuando Sendero Luminoso asesinó a diecinueve campesinos en 1988. Él sobrevivió como invoca el poema de César Vallejo, al final de la batalla, al final de la masacre en el parque de Aranhuay, al día siguiente, uno, cinco, diecinueve, cincuenta campesinos le estaban rodeando a Eusebio que les vio triste, sin lágrimas, empapado de sangre. Se abrazó al primer campesino y echó a andar. Los otros diecinueve yacían muertos en el suelo frente a la estatua del parque. Las moscas rondaban los cadáveres después del genocidio brutal. Los perros aullaban al no escuchar a sus amos. Las aves carroñeras comenzaban a rondar el cielo de Aranhuay; mientras “los constructores de un nuevo mundo”, los sanguinarios comenzaron a subir las montañas hacia su escondite; las viudas, madres de familia envueltos en llantos y odios, miraban hacia los cerros y el cielo, pitukuykuspa (juntando las manos) pedían a los dioses que siempre les acompaña, que resucitara a sus seres querido. 


Como dice Veena Das (1995), los antropólogos podemos prestar nuestro cuerpo de escritura que permita que el dolor del otro se exprese en él. El dolor de Eusebio. 

“¡Kaypin wañurani! (Aquí he muerto)”, me señala el lugar donde había muerto, unos instantes, una noche, una vida entera. La gente le reconoce con el seudónimo Terrukupa puchun (Sobra de senderistas). Pierre Clastres (1978) ha sugerido que, una vez acabados los ritos y cuando el sufrimiento ha llegado a su fin, quedan las cicatrices que marcan el cuerpo. Eusebio está marcado como Caín, no en la frente sino en los labios y la espalda. Una bala había atravesado los labios y cuando estaba desmayado en el suelo, los senderistas la habían rematado con cuchillo en la espalda, vivando al marxismo, leninismo y pensamiento Gonzalo

En palabras de Todorov (2002), del etnógrafo y de los campesinos de Aranhuay, ¿cómo es posible después de torturar, balear, vivar con la sangre de sus prójimos, hayan sentido una especie de fascinación y gozo? Entonces, los hombres son el fondo de un sadismo total, una bestia escondida en el fondo de cada quien. El Pensamiento Guía despertó los instintos más primitivos del hombre. Las imágenes del genocidio muestran a los victimarios, personas esquizoides, sicóticas, capaces de la brutalidad, capaces de asesinar a sus propios progenitores. 

Eusebio va todos los sábados a la feria de Aranhuay. Compra coca, aguardiente y chapla (pan) y carga en su manta. Un sábado le pregunté: ¿Aquí te apuñalaron? “Sí –me respondió con palabras entrecortadas, serio bajando los ojos al suelo –aquí nos ha tenido con las manos en la nuca. Luego nos han disparado. La bala pasó por mi boca –me enseña la boca y la pérdida de los dientes a causa de la bala- solo me había roto los dientes. Luego me tendí en el suelo como muerto, pero ellos me dieron cuchillazos en la espalda. Me había desmayado. Cuando se fueron los senderistas me arrastré por el suelo a un corral cercano”. La gente de Aranhuay cuentan con admiración: “¡Salía aire por la espalda!, ¡Ese tiene siete vidas!”.  

Eusebio reconstruye cómo fue baleado en esa posición con manos en la nuca y ese mismo sitio dónde está parado, 2011.


El Plan Integral de Reparaciones (PIR) (Ley 28592) promovido por el Estado peruano, había llegado a esta comunidad y Eusebio recibió del Estado una reparación. “Me dieron cuatro cuyes, uno ya se ha muerto” ¿Es esta la reparación que recomienda la CVR para las víctimas del conflicto armado? Un cuye y una carta de aliento no calman el sufrimiento de Eusebio. En todo caso habría que preguntarse sobre la calidad y eficacia de los proyectos de reparación colectiva. En cambio, la reparación individual que según el D.S. N° 051-2011-PCM del 15 de julio de 2011 reparará con diez mil nuevos soles, no le beneficiará a Eusebio, porque esta reparación es "por víctima desaparecida, o por víctima fallecida, o por víctima de violación sexual o por víctima con discapacidad” categoría que en ninguna de ellas cabe Eusebio.

Para la antropología y las ciencias sociales, darle sentido al sufrimiento social sigue siendo una tarea primordial. Comprender este drama de sufrimiento social en la estructura piramidal del poder y más allá nos urge prestar nuestro cuerpo de escritura que permita que el dolor del otro se exprese en él. Porque, “la guerra no sólo busca la aniquilación física del enemigo, busca minar su voluntad, su fortaleza, su disposición a luchar” (Vergara, 2010), por eso, Eusebio ha quedado minado, tatuado por la guerra, pero sobrevive como la pachamama (madre tierra) produciendo una y otra vez. (...)

Aranhuay, 2011

Aranhuay

Fuente: Gavilán Sánchez, Lurgio (2013) Eusebio, tatuado por la guerra, en Alteritas, año 2, No. 2, UNSCH.